La Navidad en Francia
Los franceses, pese a pertenecer a una de las sociedades más laicas del mundo, no escapan a la magia de la época navideña
PARÍS, Francia, dic. 17, 2007.- Los múltiples foquitos que iluminan los
415 árboles de la avenida de los Campos Elíseos, los espectaculares
escaparates de los grandes almacenes, un gigantesco pino con esferas y
adornos en la explanada de la catedral de Notre Dame. Todo eso anuncia
con bombo y platillo que la Navidad ya está al alcance de la mano.
La sociedad francesa, una de las más laicas y secularizantes en el
mundo, deja de lado la dimensión religiosa de las fiestas decembrinas y
prefiere concentrarse en su aspecto cultural, y éste evoca la necesidad
de ideales que estén más allá de lo cotidiano.
Sí, en estas
fechas hasta el más ateo ve claro que no hay vida sin esperanza y que la
humanidad tiene que detenerse cíclicamente para analizar sus actos,
reflexionar, cargar sus fantasmas y espantar sus demonios. Le hace falta
salpicar la existencia con la paz, el amor y la justicia, o al menos
soñar con hacerlo.
Dicho ciclo corresponde precisamente al
periodo navideño; la Navidad abre la tregua a los conflictos, nos
dulcifica, en teoría.
Las ilusiones se pueden comprar en los
mercados navideños que proliferan en estos días en las plazas de las
ciudades galas y en las tiendas de ensueño, abarrotadas de gente
buscando el regalo perfecto para amigos y familiares. Además del
obsequio, hace falta un hogar lujosamente decorado y una mesa festiva.
Alrededor del 15 de diciembre se instala en las casas un pino o abeto,
de preferencia natural, fresco y fragante, con lucecitas intermitentes.
La furia consumidora parece apoderarse de las masas que invaden los
comercios. Cada francés se gastará en estas fiestas mil 400 dólares, el
65% estará destinado a regalos y el 22% a alimentos.
Los niños ya han hecho la lista de obsequios que piden a “Père Noel”, la versión gala de Santa Claus.
La Nochebuena y la Navidad, que en Francia se llama Noel, son un
momento tradicionalmente familiar. La cena del 24 de diciembre
constituye sin duda la culminación de las celebraciones.
Alrededor de una mesa hermosamente adornada con velas y ramitas de
acebo, se sientan juntos familiares y seres queridos para compartir la
felicidad en paz y derrochando afecto.
Todos celebran entre
abrazos, besos, brindis y manjares tradicionales, dignos de los dioses.
Entre las exquisitas tentaciones que hay que degustar en esa mágica
noche figuran: el foie-gras (paté de hígado de pato o de oca), el pavo
asado, la morcilla blanca y los ostiones. El postre navideño por
excelencia es la “buche de Noel”, un pastel en forma de tronco,
recubierto de chocolate y relleno de crema o trufa. Vinos y champaña
deleitan los paladares más exigentes.
Antes de ir a la cama, los
niños colocan sus zapatos frente a la chimenea. La creencia es que por
ella pasa Père Noel con un gran saco lleno de obsequios, que luego
coloca en el calzado de los infantes. Lo hace mientras los pequeños,
poseídos por la sana ilusión, duermen. Los regalos se abren el día 25
por la mañana. Estalla el entusiasmo o la decepción. Libros, accesorios
electrónicos y ropa son en este 2007 los presentes más vendidos.
Otra linda costumbre, un auténtico lujo en plena era de los celulares,
Internet y los SMS, es el intercambio de tarjetas navideñas impresas en
cartulina con mensajes de buenos deseos.
Éstas llegan por correo
tradicional, igual que en el siglo pasado. Entre los franceses hay
fascinación por enviarlas y, aún mas, recibirlas. Un simple gesto que
sirve para anunciar al prójimo que esta sociedad todavía no se ha dejado
deshumanizar por la modernidad.
¡Joyeux Noel!
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